sábado, 18 de abril de 2020

Nº 17

-        ¿Esto qué es?, pregunta Jorge.
-        Pues el río de Novallas. ¿No lo ves?, responde Candela.
Efectivamente, quiero explicarles yo. Nosotros lo llamábamos el río de la Parra. En realidad es una acequia construida por los árabes para facilitar el riego de los huertos que rodean el pueblo y se llama Calchetes, pero nadie lo conoce por ese nombre. Decíamos La Parra  porque el tramo más visible es el que pasa por este barrio.
-        Y ¿por qué lo has pintado?
-        Porque yo vivía, de pequeño ahí y me trae muchos recuerdos. Os voy a contar una historia que además es real. Veis en el cuadro que hay casas a un lado del río. Enfrente están los huertos. Al fondo, había un molino que con el movimiento del agua generaba energía para mover algún artilugio mecánico que se utilizaba para la molienda de cereales. A los niños se nos prohibía acercarnos al molino para evitar caernos en el pozo de agua. El mecanismo hacía un ruido ensordecedor.
Enfrente de este paisaje, justamente donde estamos viéndolo, había un puente, por debajo del cual desaparecía el río y su caudal circulaba por debajo de las casas hasta la salida del pueblo ya lejos de nuestro barrio. Cuando jugábamos a la pelota y se nos caía al río, había que ir hasta “la tumbadera” para recuperarla.
Cierto día estábamos tumbados en el puente con las manos colgando porque queríamos recoger una pelota. Yo miré a derecha e izquierda y vi a Pablo que asomaba medio cuerpo hacia el río. De pronto le cogí las piernas y le empujé hacia el agua. Todos comenzaron a gritar.
-        ¡Qué se ahoga un niño! ¡Que se ahoga un niño!
Inmediatamente aparecieron muchas mujeres, todas vecinas de La Parra, gritando. Como la acequia no era muy profunda se metieron en el agua y rápidamente sacaron a Pablo del río, que lo justo se había mojado un poco. Corriendo, en brazos, le subieron a casa, le acostaron en una cama. Con toallas le secaron bien, lo abrigaron y yo qué sé lo que le hicieron. Yo miraba por entre las faldas de las mujeres para ver si podía enterarme de algo. De pronto me cogió la abuela y me llevó a la cocina.
-        Ay mi chiquillo. ¡Vaya susto te habrás llevado! ¡Pobrecico! Toma, te voy a hacer un brebaje de agua de vinagre que estarás contraminado. Bébelo y verás cómo se te pasa el desasosiego.
Yo me tomé aquella pócima, que estaba malísima, pero no dije nada. No vaya a ser que me echaran las culpas.
No sé qué pasó después, pero nadie se metió conmigo.

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