-
¡Qué vieja!, dice Jorge.
-
Es la abuela Jerónima, tu
tatarabuela. ¿Recuerdas la que me dio un vaso de agua con vinagre cuando tiré a
Pablo al río?
-
Sí.
-
Pues ésa. Dicen que yo era su nieto
preferido. Y me llamaba Carlicos. En agradecimiento yo quise hacerle un
retrato. Ella me decía:
-
¡Quita, quita! No tengo otro
quehacer que quedarme quieta mirándote.
Y yo:
-
Abuela, que si te mueves no puedo
pintarte.
Y así, entre conversaciones y quehaceres conseguí hacerle este cuadrito.
No está muy elaborado, pero a mí me gusta por la espontaneidad que tiene y
porque me trae recuerdos de cuando vivía con nosotros. Era muy cariñosa y, si
no la veía mi madre, me daba una galleta o una onza de chocolate. Yo creo que
me parezco algo a ella. Tú ¿qué crees?
No hay comentarios:
Publicar un comentario